miércoles, 30 de abril de 2008

Bendiciones, Maldiciones y Promesas (Abril 19-08)


Levítico 26:1-46

En el mundo antiguo era una práctica muy común cerrar los documentos legales más importantes, tales como los tratados internacionales, con una lista de los beneficios que resultarían por cumplirlos, y la invocación de maldiciones sobre aquellos que los violaran. Este formato común se encuentra aquí y en Deut. 28. Después de la introducción que recuerda a Israel de las demandas esenciales de la ley (vv. 1, 2), el capítulo prosigue mencionando las bendiciones que acompañarían a la obediencia (vv. 3–13), los desastres que resultarían de la desobediencia (vv. 14–39), y la posibilidad de una restauración a largo plazo aun después del juicio (vv. 40–45).

26:3-13 Obediencia y bendición. Sería un error pensar que las bendiciones y maldiciones en este capítulo fueran asuntos de recompensa o castigo “igualmente opuestos” (como parecen sugerirlo los encabezados en la RVA). No hay tal cosa como que las bendiciones se “ganarían” como una recompensa por buena conducta, en la misma manera que los desastres serían merecidos como juicio. Israel no tenía que ganarse las bendiciones de Dios. Ya estaban ahí, como promesas intrínsecas a la relación de pacto; como quien dice, en las escrituras de Israel: Desde el pacto de Dios con Abraham. Pero esa bendición podía experimentarse en toda su plenitud sólo si Israel vivía de acuerdo con el pacto. De otra manera sería invalidado, y el hecho de que Dios retuviera sus bendiciones expondría a Israel a los peligros de una tierra maldecida y a la debilidad humana.

Cuatro son los elementos que conforman las bendiciones prometidas:
1. lluvia y una buena cosecha (vv. 3–5);
2. paz y seguridad (vv. 6–8);
3. incremento numérico (v. 9); y la
4. morada de Dios en el pueblo (vv. 11–13).

Estas son realmente las mismas bendiciones mencionadas en el pacto con Abraham (Gén. 12:1–3), con algo extra del sabor local. Dios le había prometido a Abraham que tendría una multitud de descendientes; que ellos tendrían una tierra (pero eso hubiera sido fútil sin lluvia, cosechas y seguridad); y sobre todo, que gozarían de poseer una relación de bendición con Dios. Estos versículos no sólo hacen eco del pacto con Abraham, sino también del pacto con Noé (Gén. 8:21–9:17), e inclusive hacen recordar el jardín del Edén. Andaré entre vosotros (26:12), usa la misma y poco común forma del término que se utiliza para describir la manera en que Dios caminaba y acompañaba a Adán y Eva (Gén. 3:8; cf. 5:22, 24; 6:9; 17:1). Era para restaurar dicha intimidad con Dios, por el gozo de vivir con Dios en la buena tierra de Dios, que él los había redimido en el gran evento del éxodo, el cual en sí mismo era una prueba de la fidelidad a su pacto (v. 13).

26:14–39 Desobediencia y maldiciones. Como era la costumbre en dichos documentos, la lista de las maldiciones es más extensa. En esencia es una descripción del reverso o la retención de las bendiciones de Dios, con resultados desastrosos. La secuencia de los horrores era bien conocida en el mundo antiguo:


1. Enfermedades (v. 16),
2. derrotas (v. 17),
3. sequías (vv. 18–20),
4. animales salvajes (vv. 21, 22),
5. guerra, plagas y hambrunas (vv. 23–31),
6. devastación, dispersión y deportación (vv. 27–39).

Estas cosas son comunes en un mundo de desastres naturales o humanamente ocasionados. Pero en este contexto del pacto de Israel con Dios, eran el vehículo del castigo de Dios (cf. v. 25). Era sobre esta base que los profetas podían interpretar los eventos de su día que caían en tal patrón como evidencia de un pacto roto y la ira de Dios. Pero los profetas también se daban cuenta de que tales castigos eran con el fin de hacer volver a Israel hacia Dios en arrepentimiento (cf. Amós 4:6–12) y, en textos como éste, también veían que había esperanza.

26:40–45 Arrepentimiento y restauración. Los “si” (conjunción condicional) bíblicos a menudo son ricos en significado, y este es uno de los de mayor alcance. A pesar del pecado, juicio y exilio, el futuro no estaba vedado (cf. Deut. 30:1–10). La única esperanza para Israel, tal como lo habían comprobado desde el incidente del becerro de oro (Exo. 32–34), descansaba en la fidelidad de Dios para con su pacto, aun cuando ellos estuvieran sobre las ruinas de su propia traición y fracaso. Dios tenía un futuro y una esperanza para ellos, de la cual echaron mano los profetas durante el tiempo del exilio (cf. Jer. 29:10–14; 30, 31; Eze. 34:25–31; 36:24–38; 37:24–28). La razón para esto, aunque aquí no se expresa directamente sino que está implícita en la referencia al pacto con Abraham, era que Israel fuese el vehículo del propósito redentor de Dios para bendecir a toda la humanidad. Su compromiso con Israel era a causa de su compromiso con todas las naciones. Dios no los destruiría completamente, por la simple razón de que él no abandonaría su misión de salvar al mundo. Es esa conexión entre la fidelidad de Dios para con Israel y la salvación extendida a las naciones gentiles lo que llevó a Pablo en Rom. 9–11 a reflexionar hondamente sobre éste y otros pasajes acerca de la restauración (especialmente Deut. 32). Es también en ese contexto más amplio en el cual necesitamos interpretar la triple promesa de Dios en cuanto a que él recordará su pacto con Abraham (v. 42), de la tierra (vv. 42b, 43) y el pacto de Sinaí (v. 45). No es que Dios los haya “olvidado”, pero así como se acordó de Abraham y después tomó acción para salvar a Israel de Egipto (Exo. 2:24), de la misma manera actuaría otra vez para salvar a su pueblo. Zacarías, el padre de Juan el Bautista, convirtió dichos pensamientos en un himno de alabanza al estar frente a lo que era el clímax de la acción salvadora de Dios (Luc. 1:67–79).

Conclusión y aplicación: No somos nosotros es Dios quien pone las reglas y somos nosotros quienes decidimos si vivimos en la plenitud de la bendición. Las bendiciones están ahí esperando por nosotros, pero no es solo reclamarlas, ni siquiera es merecerlas, es sencillamente aceptarlas en obediencia.
La base de la bendición está en la obediencia, el pacto permanece inquebrantable e inmodificable, la acción es nuestra.

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